lunes, 7 de marzo de 2011

REFLEXIONES SOBRE POBREZA

Cuando se habla de pobreza, automáticamente pensamos en dinero. Existen muchos indicadores para medir pobreza, uno de los más utilizados es aquel que define pobreza como la situación en la cual una persona gana menos de 1 dólar al día. Es indudable que una persona en esta situación se encuentra en graves problemas, y que además resulta bastante conveniente medir la pobreza en términos monetarios ya que nos permite tener un mejor seguimiento del nivel de pobreza en la sociedad. Sin embargo, el concebir la pobreza simplemente como bajos ingresos no nos permite identificar cuáles son los verdaderos problemas, y por lo tanto no nos deja elaborar estrategias adecuadas, que pongan el énfasis en donde se debería poner.

Definitivamente uno de los indicadores de la pobreza son los ingresos, pero la pobreza es mucho más que eso. Por ejemplo, una persona podría no ser pobre en términos monetarios, es decir podría ganar más de un dólar al día, pero podría estar tan enferma que todo lo que recibe lo debe gastar en medicamentos, quedándole al final para otros usos, muchos menos que una persona pobre que se encuentra sana. Asimismo, una persona podría ganar el doble o el triple que otra, pero se lo gasta todo en drogas y en alcohol mientras que la otra lo invierte correctamente de tal manera que puede multiplicar sus ingresos.
Pero podemos ir más profundo todavía. ¿Qué pasa si una persona tiene mucho dinero pero se encuentra viviendo una vida que no desea y se siente atrapado? ¿Qué sucede si una persona ya no tiene sueños ni aspiraciones? ¿De qué le sirve su dinero? El Dr. Myles Munroe, comenta que la persona más pobre de toda la tierra es aquella que no tiene sueños. Por otro lado, Amartya Sen define pobreza como la falta de libertad que una persona tiene para poder vivir la vida que él o ella valora y tiene el derecho de hacerlo.
Es por todo lo antes dicho que creo que la pobreza es mucho más que bajos ingresos. Dios nos dio algo que se llama libre albedrio, nuestra capacidad innata para poder tomar decisiones libremente, sin embargo en muchas partes del mundo no sucede así.
En muchos países árabes, las mujeres ni siquiera pueden decidir con quién casarse, sin embargo sus familias tienen mucho dinero y nunca les falta alimento, salud ni educación. Otro claro ejemplo es el de los esclavos negros en Estados Unidos. Cuando se abolió la esclavitud en ese país, los dueños de las grandes haciendas les ofrecieron un salario mucho mayor para que se quedaran trabajando con ellos como esclavos. Sus ingresos serian mucho mayores a los que podrían obtener en cualquier otro lugar siendo libres, sin embargo casi todos prefirieron ser libres y ganar menos a seguir siendo esclavos y tener mayores ingresos. No hay mejor ilustración que esta para definir a alguien pobre. La pobreza es esclavitud, no sólo física, sino mental y espiritual.
Cuando empezamos a ver la pobreza de esta forma, entonces nuestras estrategias para atacarla cambian drásticamente. Es claro entonces que el crecimiento económico per se, no conduce a la reducción de la pobreza, sino a la acumulación de la riqueza (pero eso es un cuento conocido). El crecimiento económico es necesario (es lo que le da sostenibilidad a las estrategias), pero si queremos reducir la pobreza el énfasis siempre debe ir en lo social, en crear capacidades en las personas, en darles la libertad para que puedan vivir la vida que ellos quieren, siempre y cuando ésta se encuentre dentro de los límites morales establecidos por la sociedad.
En otras palabras, no deberíamos esperar que el PBI del Perú sea igual al de Estados Unidos o al de Alemania para recién empezar a establecer políticas sociales adecuadas. Deberíamos haber comenzado hace bastante tiempo ya. Tal vez el crecimiento económico hubiera sido más lento, pero de nada nos sirve un crecimiento económico si no va acompañado de reducción de la “pobreza real”. Prefiero mil veces, un crecimiento anual del PBI de 3% con políticas sociales efectivas, a un crecimiento económico de 6 a 8% anual (como ha ocurrido en los últimos años) pero sin reducción de “pobreza real”.
Para los defensores del libre mercado (como yo), les digo que el libre mercado jamás podrá reducir la “pobreza real” de las personas. Lamentablemente, el libre mercado está supeditado a los valores y principios que la mayoría de personas tienen, los cuales no son muy buenos que digamos. Yo defiendo el libre mercado, no por los resultados o efectos del mismo, sino porque considero que es un derecho fundamental de cada ciudadano o empresa poder realizar transacciones libremente, además por supuesto creo que tiene efectos positivos pero también efectos muy negativos cuando no existe una regulación por parte del Estado. El libre mercado no es el problema, el problema son las personas ignorantes, obtusas e inescrupulosas que sólo están buscando enriquecerse más sin importarles si esto afectara a otros.
Volviendo a la definición de pobreza de Sen, como ausencia de libertad, o a la de Munroe como ausencia de sueños, y pensamos en el concepto de “chorreo”, éste se vuelve casi una broma. Para reducir la pobreza se debe conocer a la gente, no solo darle 100 soles. Se debe buscar que participen en el desarrollo de sus propias comunidades, empoderándolos y dándoles los recursos necesarios (obtenidos por el crecimiento económico) para liderar el cambio de su entorno.
Tal vez, después de todo,  nos demos cuenta que los verdaderos pobres eran los “ricos” y era por eso que los pobres eran “pobres”.

Juan José Leguía
Director Ejecutivo
     Impacto

viernes, 19 de noviembre de 2010

ÉTICA JUVENIL: ¿HACIA DÓNDE VAMOS?

Cuando hablamos de valores estamos entrando en el campo de la ética y de lo moral. Ambos conceptos tienen un origen etimológico similar. Ética viene del griego ethos y moral viene del latín mos, moris, more y significa costumbres y carácter. La ética es muchas veces conocida como aquella disciplina que trata de responder a la pregunta socrática: ¿Cómo se ha de vivir?
¿Quién puede decir cómo deben vivir los jóvenes? En la actualidad vemos cierto consenso en que estamos yendo por un mal camino y cada día los jóvenes se comportan en maneras que perjudican el bienestar de la sociedad. Como ejemplo de esto, podemos hablar de las pandillas juveniles, de los inverosímiles casos de asesinato entre parejas adolescentes, de la falta de obediencia y respeto que hoy existe hacia los padres, de los embarazos no deseados, y en fin de muchas otras cosas más. Si bien es cierto, la mayoría concuerda en que todo lo anterior está mal, es mucho más difícil llegar a un acuerdo en aquello que se debe promover.
De hecho, muchos pensadores, filósofos, sociólogos, antropólogos, tratan de encontrar valores ideales, transversales a todas las culturas, que nos identifiquen como seres humanos. Martha Nussbaum, una reconocida profesional del desarrollo escribe en defensa de los “valores universales”, desde un enfoque de capacidades, donde propone una lista de capacidades que todo ser humano debería tener no importando a que cultura especifica pertenezca, como por ejemplo la vida, salud, emociones, pensamiento, etc.
Ahora, existen corrientes anti-universalistas (están en contra de Nussbaum) que utilizan el relativismo cultural como una herramienta para justificar cualquier actividad de cualquier grupo. Es decir, todo puede ser bueno, depende de cómo lo mires, no existen valores universales, categóricos, fundamentales.
Alejandro Ortiz (Antropólogo, PUCP) comenta: “el excesivo uso del relativismo cultural es peligroso y nos está llevando a un cinismo. Pues nunca tomamos posición en nada, hay que tener equilibrio. El relativismo cultural debería ser una herramienta al servicio de las ciencias sociales, mas no del ciudadano común y corriente”.
Yo estoy de acuerdo, la peor posición de todas, es no tener ninguna.
Covey (escritor del libro: 7 hábitos de las personas altamente efectivas), habla de principios, como verdades indiscutibles, evidentes, leyes naturales que no pueden ser quebrantadas, y si hablaba de mapas cuando se refería a valores, los principios son el territorio, es decir mientras nuestros valores se acerquen más a esa realidad ideal, nos llevara a vivir una vida bajo estos principios. Por ejemplo, Rectitud (Nos lleva a pensar en justicia – equidad, muchas formas de llegar), Integridad, Honestidad, Dignidad Humana.
Así como Covey o Nussbaum, creo personalmente que las juventudes necesitan valores como la integridad, la familia, el trabajo, el respeto, la vida y la honestidad,
En todo caso, se debe crear espacios en donde se promueva la participación de diversos sectores de la sociedad, entre ellos por supuesto, la juventud, donde se encuentren consensos sobre cuáles deben ser estos “valores ideales” y luego diseñar acciones sobre las brechas existentes.
Nos encontramos frente a un reto muy grande, el cambio de paradigmas mentales de las juventudes, el cambio de mapa por uno que muestre mejor el territorio.
Para ilustrar la importancia del cambio de paradigma quiero compartir una narración de un marinero en altamar:
Dos acorazados asignados a la escuadra de entrenamiento habían estado de maniobras en el mar con tempestad durante varios días. Yo servía en el buque insignia y estaba de guardia en el puente cuando caía la noche. La visibilidad era pobre; había niebla, de modo que el capitán permanecía sobre el puente supervisando todas las actividades.
Poco después que oscureciera, el vigía que estaba en el extremo del puente informo: “Luz a estribor”.
¿Rumbo directo o se desvía hacia popa?”, grito el capitán.
El vigía respondió: “Directo, capitán”, lo que significaba que nuestro propio curso nos estaba conduciendo a una colisión con aquel buque.
El capitán llamo al encargado de emitir señales. “Envía este mensaje: estamos a punto de chocar; aconsejamos cambiar 20 grados su rumbo”.
Llego otra señal de respuesta: “aconsejamos que ustedes cambien 20 grados su rumbo”.
El capitán dijo: “Contéstele: Soy capitán; cambie su rumbo 20 grados”. “Soy marinero de segunda clase – nos respondieron -. Mejor cambie su rumbo 20 grados.
El capitán ya estaba muy molesto. Grito: “Conteste: Soy un acorazado. Cambie su rumbo 20 grados”. La linterna del interlocutor envió su último mensaje: “Yo soy un faro”.
Finalmente cambiamos nuestro rumbo.
De eso se trata, de encontrar esos faros, esas luces, esos principios que guíen nuestra vida porque de lo contrario podemos colisionar y hundirnos. ¿Es posible? Yo lo veo todos los meses como cientos de jóvenes separan un tiempo y tienen un encuentro con su creador, es allí donde se dan cuenta que existe esa luz que ilumina sus vidas y todo adquiere un nuevo sentido. Los jóvenes deben encontrar esa luz.

Juan José Leguía
Director Ejecutivo
     Impacto